Waltz con Bashir en Fairfax

Para una conversación transatlántica, me pidieron que viera la película ‘Waltz con Bashir’, un “documental animado” israelí que fue candidato de ese país para el Oscar en la categoría de mejor película extranjera y que decepcionó al no ganar.

El motivo del interés por mi opinión era que mis interlocutores estaban enterados que, no solamente viví en Israel por muchos años, sino que precisamente en el período tratado por el filme – la masacre en los campos de refugiados palestinos Sabra y Shatila en septiembre de 1982 – yo me encontraba en El Líbano como soldado reservista, parte del contingente israelí en su invasión. O sea, sabían que participé en la guerra.

Escribo esto, no tanto para contar sobre mi vida de reservista o la historia de Medio Oriente, sino sobre cómo vimos la película. Si se insiste en conocer lo primero, baste decir que cuando la milicia maronita entró a los campamentos a vengar la muerte, días antes, de su líder y Presidente de El Libano Bashir Gemayel, había unidades israelíes suministrando apoyo logístico. Yo estaba lejos, en otro frente (el sirio) y no involucrado. Y que la reacción de la sociedad israelí al hecho fue tan sana, y la indignación por la matanza tanta, que 400,000 personas salieron a protestar la matanza en la plaza central de Tel Aviv, la misma donde años después asesinaban al primer ministro Itzjak Rabin. Era alrededor del 8% de la población del país: como si aquí hubiese una protesta con 27 millones de personas.

Pero pasaron desde entonces muchos años, y de eso trata la película, de la recuperación de la memoria. También la mía.

Como trabajo muchas horas y mi jornada finaliza de noche, es muy raro actualmente que vaya al cine. Esto significó un esfuerzo…

…especialmente porque pese a ser un film “de Oscar”, Waltz con Bashir lo están dando solamente en dos cines: uno, en Fairfax, el barrio del centro-oeste angelino donde parte importante de la población es judía (y francamente anciana), otro en Agoura Hills, donde se concentran muchos israelíes que emigraron de su pais.  En otro lugar, el enojo con Israel por la reciente operación en Gaza garantizaría que nadie la viese, o peor, que algunos aprovechen para protestar.

Pero la película en sí, es de protesta, sin dejar por ello de ser israelí.

Total, esto: que en el cine de Fairfax, Waltz con Bashir se daba en una sala ubicada en el sótano, inundada en moho y agua estancada. Que dentro de la sala se sentía un frío REALMENTE sepulcral. Que el olor a desague, alfombra mojada y lo viejo, hacían del escenario de la guerra y su cine, y nosotros en él, uno solo. El mismo ambiente, pesado, de cine noir, realista pese a ser un filme de dibujos animados.

Y nosotros, los escasos espectadores, formábamos parte de eso, en un Fairfax igualmente dilapidado, con casi todos sus restaurantes ya cerrados. Y los edificios a medio construir que nunca se acabarán fueron, en mi imaginación y memoria, como aquellos destruidos en Beirut por los combates. Por cierto, éramos pocos, y poco tiempo después de empezar la película, dos parejas de israelíes que se sentaban cerca se retiraron.