Villaraigosa: por qué ganó en 2005

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Publicado en La Opinión, 05/19/2005

Antonio Villaraigosa ganó la alcaldía porque suficientes hispanos decidieron que lo que sucede en su derredor les importa. Consideraron que esta es su ciudad y que votar valía la pena. El 80% de ellos lo hizo por Antonio.

Ganó porque la población latina en Los Ángeles creció lo necesario para expresarse en este nivel de poder político.

Ganó porque a su peso numérico -casi la cuarta parte del voto- esta comunidad agregó arraigo, intervención activa, sentido de pertenencia.

Y por la nueva coalición o comunidad de intereses. Una enfermera afroamericana me decía que los cinco mil miembros de su iglesia votarían por Antonio porque él «sabe hablarles» a quienes producen violencia y crimen. El voto afroamericano fue crucial este martes.

Antonio ganó entonces porque después de años de tensión interracial, suficientes votantes afroamericanos lo identifican con la solución de sus aflicciones. Recibió su voto, no por ser latino, sino a pesar de serlo.

Un reportero radial, desde Melbourne, Australia, me pregunta sobre los defectos de Antonio. «Dicen que se roba las ideas», comenta. ¿Y qué? Antonio ganó, le digo, porque sus defectos personales no importaron tanto como la proyección colectiva de su entusiasmo. Porque las dudas de su pasado se eclipsaron bajo las esperanzas de nuestro futuro.

Y también ganó porque confrontó a un candidato, en retrospectiva, débil. Porque logró colectar más fondos electorales. Porque su plan funcionó mejor. Y porque Hahn, quien nunca perdió una campaña electoral, no supo ganar la última.

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Es cierto que la elección de Antonio es un acontecimiento histórico. Pero es incorrecto que él sea «el primer alcalde latino en 133 años». Los Ángeles de 1872 -un pueblito de seis mil habitantes- era otra realidad. Recién incorporado a Estados Unidos, eran los anglos sus recién llegados y los mexicoamericanos quienes ya estaban.

En cambio, Antonio es el primer alcalde de la nueva Los Ángeles.

Setenta y cinco años después de la deportación ilegal de mexicanoamericanos -que eran ciudadanos estadounidenses – a México. Sesenta después de la infame calumnia de Sleepy Lagoon. Cuarenta y un años después de liquidado el plan Bracero. Diez desde la Proposición 187, eligen a Antonio, el descendiente de inmigrantes, y la realidad se alinea con la historia. Se concede expresión de poder político a los hispanos en una ciudad en donde quizás ya sean mayoría. Pero no sólo a ellos.

Cuando Antonio dice que será el «alcalde de todos», habla en código. Está prometiendo que no será el «alcalde de los latinos». No quiere que lo encasillen, que lo rotulen.

Más allá de las divisiones acostumbradas, los «temas latinos» aquí no existen: la escasez de vivienda, el nivel de contaminación ambiental, los embotellamientos de tránsito, las dificultades laborales, no conocen diferencias étnicas. La pobreza y el desamparo no tienen color de piel.

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Diferentes personas ven aspectos distintos de Antonio.

De todos, prefiero el correspondiente a sus orígenes: residente de mi barrio City Terrace, activista sindical, dirigente de la Unión Americana para las Libertades Civiles (ACLU). Alguien que adoptó el nombre de su esposa en lugar de imponerle el propio, despierta ilusiones.

Y todo eso explica, por qué, junto con muchos otros, estoy llamando a Villaraigosa por su nombre de pila.