Todo tranquilo en el frente del Este de Los Angeles

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Hay barrios y ciudades en Los Angeles donde uno se acostumbra a cierto nivel de estruendo. Por ejemplo, una pareja que nos vino a visitar a nuestra casa en la parte no municipal del Este de Los Angeles se fue despavorida. “¡Mataron a alguien!”, se dijeron, cuando estalló un petardo seguido de más fuegos artificiales.

Otros barrios son tranquilos, pastorales. A veces parece que el nivel de ruido es inversamente proporcional al de la violencia y la delincuencia.

En nuestra zona tenemos cohetes y bengalas todo el año. Por ejemplo, esta misma noche –y es casi madrugada- los petardos siguen estallando con gran estruendo, uno cada quince minutos, sobre la avenida City Terrace. Los perros ladran y algunas sirenas de las alarmas de automóviles comienzan a llorar. Nada más. No hay policía, porque a esta zona la atiende el departamento del Sheriff del condado, que está muy ocupado en otras cosas.

Los estallidos parecen bombas y asustan. Incluso a quien, como quien firma, experimentó el estruendo de armas de fuego, granadas, bombardeos (quedando medio sordo en el proceso, ¿qué?).

Hay otros tipos de ruido: aquí, como otro ejemplo, mucha gente estableció verdaderas operaciones industriales en los patios de sus casas. Hay sonidos de construcción, tornos, sopletes. La TV muy fuerte si es la “novela” y los gritos ensordecedores cuando México le gana a Estados Unidos.

En las noches de sábado se levanta la música típica desde varios lugares del barrio. Compiten a quien más vociferante y duran hasta altas horas de la noche. Tampoco en este caso funciona la policía local. Si uno llama para quejarse porque el niño no puede conciliar el sueño, le preguntan si está dispuesto a que su nombre aparezca en el informe de denuncia. La primera vez me retracté: mejor no complicarse la vida, que vengan igual y hagan su tarea. Pero no vinieron, y la segunda vez dije que sí, y pedí incluir mi nombre, con tal que acaben con el ruido. Tampoco llegaron.

Pero no solo eso. Uno se muda a un lugar “popular”. Primero, porque no tiene suficiente dinero como para vivir en mejores lugares. Segundo, porque hace alarde de estar con el pueblo, de sentir su sentir, y de vivir su vivir.

Sólo que con el tiempo uno se da cuenta que el tal lugar popular es un barrio destartalado, abandonado, sin infraestructura, inversión, atención de las autoridades y en total, un feudo de una sola supervisora del condado de Los Angeles, Gloria Molina. Hablo de City Terrace, el sector del Este de Los Angeles que no pertenece a nadie y que como queda en el distrito donde Molina es encargada, ella, muy popular, es el único funcionario electo que nos representa localmente.

Hace un par de años me tocó el privilegio de recibir en reunión de editores a Molina, quizás la latina más poderosa de California y al sherif del condado de Los Angeles, Lee Baca. Ella demócrata, él republicano. Ella liberal, él… bueno, es el sherif.

No recuerdo el motivo de la visita; total, que cuando inquirí acerca de las perspectivas para la independencia del Este de Los Angeles que en aquel entonces eran reales, surgió ante mis ojos una reacción inesperada: fuerte, férrea, en alianza entre ambos. Ella, sabiendo que el sueño de que este área no incorporada del condado de Los Angeles se convierta en la ciudad de ELA es anhelado por los hispanos de todo el país, porque el Este de Los Angeles es emblemático, simbólico, no se decide qué contestar. Sí, pero no. Y al revés.

“Yo no soy político, yo puedo hablar, voy a decir lo que sé que piensa, lo que es la verdad”, dice todo encendido el sherif Baca, un amor de persona. Se opone a la idea de la autonomía municipal, dijo, y ella también, expresó vehementemente. La ciudad no tiene base impositiva y va a ser, de llegar a existir, un peso para la sociedad, para el condado. Una verguenza para los latinos. No podrá subsistir.

Cabe señalar que quien da servicios policiales a este área es, precisamente, el departamento del Sherif del condado. Que sus cuarteles generales y otras instalaciones están aquí. Que si fuese establecida, la ciudad buscaría un contrato para que se sigan prestando los mismos servicios. Que los organizadores de la idea de la independencia decían contar con el apoyo del “sindicato” de agentes del sherif.

Entre tanto, pasaron meses. La idea de autonomía o independencia para el Este de Los Angeles volvió a sumirse en el olvido. Demasiado dinero que tenían que recolectar para pagar por estudios de supervivencia o viabilidad económica. Falta de apoyo político, como hemos visto. Carencia de entusiasmo entre los pobladores, que apoyan la idea, pero tienen sus problemas cotidianos, y como siempre en la comunidad: indiferencia y desconfianza. El principal promotor de la independencia del Este de Los Angeles se fue a Washington a trabajar para la Administración Obama.  El hecho es que se cae el cuarto o quinto esfuerzo en 70 años de hacer de esto una ciudad.

En vez de una ciudad, solamente se necesita que las autoridades suministren los mismos servicios que se le dan a un municipio. Que promuevan la creación de oportunidades de trabajo, la construcción de infraestructura, de vivienda. Un centro comercial. Que el tren de Metrolink que pasa por la universidad Cal State pare en la estación. Que abran un supermercado, una placita… pero nadie quiere invertir en esta tierra de nadie.

Volviendo al ruido del comienzo: ahora, cuando concluyo este texto, está callado. Para oir los llantos de los niños, los ladridos y los camiones del freeway, hay que dejar de escribir y prestar atención. Salgo al patio y la brisa es deliciosa. Tengo un par de árboles de parsimones, un limonero enano, dos guayabos, una parra y una higuera que nunca crecieron, y tres gatos.

Todo tranquilo en el frente.

Publicado en HispanicLA.com, 05/23/2010