Soy Cuarenta
A Daniel Abaud
Ser cuarenta ya implica algún derecho
como el permiso de leer el Libro y sobrevivirlo.
Es por eso que hoy callo mis antiguas plegarias
y vuelvo a diseñar mis argumentos.
Porque soy alumno del Colegio del Silencio
tercer grado en soles, tambores, alfabetos
y mis hermanos hombres suspiran cada noche
o bien lloran por sus vasijas estrelladas
recordando un nacimiento solitario
y la hecatombe bajo la garra de otros padres.
Me estoy acostumbrando a mi nuevo cuerpo
aunque haya ritos que no comprendo hasta el momento
y va germinando en mí un ánima lenta
que mi cuerpo nuevo articula a su manera:
la sensación de vivir en un envase ajeno
me refleja Otro, líquido y esencial.
Es así como recuerdo un viaje
a las profundidades de mi última semilla
para cumplir con la promesa a los Maestros
del código interno del Conocimiento:
no ser funcionario de misterios
sino observar desde la savia de mi gente
percibir la luz emitida por mis hijos
respetar cada uno de mis pasos
ser visionario desde lo alto de un paisaje
de espuma, de amor y sufrimiento
y contemplar desde allí con compasión y fascinado
el mismo mar que lame la playa de mis dos orillas
por delante y por detrás de mis cuarenta
final y principio de una misma travesía
cuando de este lado del espejo adivino
el final de mis días y el comienzo de los otros.
Yo atisbo todo esto como niebla
desde los cimientos de mi propia persona
y saludo con generosidad y sin reproches
a la familia de mi próxima infancia.