Robo de identidad, fraude cibernético
12/17/2006
La semana pasada nos enteramos de que misteriosos ladrones controlaron durante un mes la base de datos de la Universidad de California Los Ángeles (UCLA), con los nombres, números de seguro social y domicilios de ochocientos mil estudiantes, profesores, empleados presentes y pretéritos.
El crimen, si bien no el primero, llama la atención por la impunidad de sus autores, por su mensaje de que nuestra información en realidad no es confidencial y más que nada, por la enorme cantidad de los damnificados, quien firma entre ellos.
“Lamento”, rezaba la carta que me llegó, “informarle que su nombre estaba en la base de datos”.
Quizás mis datos personales estén ahora en manos de uno de esos hackers que “buscó y consiguió algunos números de Seguro Social”. La operación tiene huellas de crimen serio y profesional.
¿Qué pasará ahora?
Si saben navegar el sistema, los ladrones pueden averiguar datos tales como lugar de trabajo, domicilios anteriores e historial financiero. Peor aún, pueden utilizar mi crédito, efectuar compras a mi nombre sin pagarlas, pedir nuevo crédito para su beneficio y mi detrimento. Conectando datos podrían hasta obtener mi número de cuenta bancaria, que no estaba en la base de datos original. ¿Cómo?: porque todos esos datos circulan en el ciberespacio, porque alguna vez los hemos confiado, porque se vinculan.
La carta del Canciller Norman Abrams participa en mis sentimientos y suministra algunos consejos, como agregar una alerta de fraude a mi crédito personal, para que cada vez que yo solicite crédito –en compra de automóvil, refinanciamiento de casa, pedido de tarjeta, etc.- en los próximos siete años las empresas reciba un aviso que la lleve a tomar medidas de precaución extraordinarias.
Otra alternativa es congelar nuestro folio crediticio, haciendo que las empresas se comuniquen con nosotros por otras vías para verificar que somos quienes decimos que somos.
Pero los consejos no solucionan el problema, sino que crean nuevos. Potencialmente, si así obramos, nuevos pedidos de transacciones podrían verse postergados y quizá rechazados por la dificultad de verificar quien los solicita. El incentivo para hacer negocios conmigo podría reducirse. Mi cuenta, con su banderita de “alerta de fraude”, podría ser una de las difíciles, de las que hay que tomar con precaución. ¿Y entonces? ¿Subirán mis intereses mis cuentas actuales? ¿Cancelarán sus ofertas de mejores condiciones? Las preguntas se multiplican, confunden.
La era cibernética nos envuelve. Muchos de quienes trabajamos con computadoras y el Internet creemos que con ello controlamos nuestro destino y que tenemos acceso a secretos otrora impenetrables. Sí, pero también somos más vulnerables. Y cuando alguien roba nuestra información personal, la protección es especialmente para las empresas y no para nosotros, aunque otros hayan perdido la información.
Casi por arte de magia, los responsables somos nosotros, los usuarios. Más aún, somos nosotros, los inmigrantes, los que nos adentramos de lleno en el sistema porque nos dijeron que era la mejor vía para integrarnos y avanzar.
Una vez más, el sueño americano muestra sus ribetes de pesadilla.