Redadas y santuarios
Saturday, December 6th, 2008
16 de abril de 2007
Una mujer nos cuenta que en el hogar para ancianos donde trabaja “la migra se llevó a la mitad de los empleados”.
Los agentes vinieron por una de las trabajadoras: estaba utilizando el nombre de otro, un número de Seguro Social ajeno, y recibía ayuda de cesantía por invalidez, dijeron.
Pero cuando la arrestaron, se llevaron también a decenas de sus compañeras, todas ellas indocumentadas, casi todas con hijos.
Este cuadro, en donde buscan a un supuesto criminal pero luego detienen a todo indocumentado que encuentran, se está repitiendo por todas partes. Decenas de miles en todo el país ya fueron arrestados y están en proceso de expulsión.
La presente política federal es cruel y causa sufrimiento indecible, porque separa familias ya establecidas, expulsa a padres que ya se asentaron y deja desamparados a hijos que aquí nacieron y son ciudadanos.
La ola de redadas parece ser una maniobra política para convencer a los antiinmigrantes que el gobierno federal hace cumplir sus leyes, para que éstos acepten su plan de trabajadores temporarios.
Tienen un propósito ulterior: aterrorizar y finalmente descabezar el movimiento migratorio que desembocó en las marchas del 25 de marzo y 1 de mayo pasados. Tener a millones de personas —hombres, mujeres y niños— manifestándose en las calles en demanda de controlar su propio destino parece demasiado peligroso.
Ante la alta probabilidad de que la Administración Bush llegue a su fin sin acuerdo, redadas, deportaciones y militarización de la frontera sur podrían convertirse en un hecho establecido y permanente.
Si es así, las razzias están aquí para quedarse.
Su ferocidad ha indignado a muchos. Y la epopeya de Elvira Arellano, una mexicana valiente que halló santuario en una iglesia de Chicago para impedir que la separaran de sus hijos, inspiró a religiosos defensores de los inmigrantes. Se reorganizan y tomaron el nombre de Movimiento Nuevo Santuario, evocando al que en los 80 protagonizó una alianza de progresistas, religiosos liberales y organizaciones de base de inmigrantes centroamericanos.
Pero contrariamente a la percepción del movimiento original, el nuevo no se propone abrir las puertas de las iglesias y llenarlas de indocumentados. Quiere influir en el debate en Washington, demostrando las consecuencias de la separación de familias y protegiendo a unas pocas, representativas.
Sus líderes —la reverenda Alexia Salvatierra de la Iglesia Luterana Evangélica y el misionero claretiano Richard Estrada— lo enfatizaron repetidamente. No pueden ni quieren abrir las iglesias como santuarios multitudinarios sino crear una corriente de opinión favorable a los inmigrantes.
Allí mismo, el abogado y activista Peter Schey explicó que la iglesia de la Placita Olvera podría ser un centro de clasificación para asistencia —legal, alimenticia, médica, espiritual— para indocumentados.
El Movimiento Santuario representó en Los Ángeles una conjunción de activismo local y centroamericano.
Las circunstancias cambiaron. Esa conjunción ya no existe. En cambio, el nuevo deriva su esperanza de la posibilidad de un acuerdo migratorio en el Congreso que, sin embargo, se ve cada vez más lejano.