Redadas y santuarios

4/15/2007

Una mujer nos cuenta que en el hogar para ancianos donde trabaja está cumpliendo jornadas extraordinariamente largas. “Es que ya no hay gente”, explica. “Se llevaron a la mitad de los empleados”.

Días antes, agentes migratorios vinieron por una de las trabajadoras: estaba utilizando el nombre de otro, un número de seguro social ajeno, y recibía ayuda de cesantía por invalidez, dijeron.

Pero cuando la arrestaron, se llevaron también a decenas de sus compañeras, todas ellas indocumentadas, casi todas con hijos.

Este cuadro, en donde policías buscan a un supuesto criminal pero luego piden papeles y detienen a todo indocumentado que encuentran, se repite en las últimas semanas. Decenas de miles ya fueron arrestados y están en proceso de expulsión. Y la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) tiene una lista de 600 mil indocumentados que incumplieron órdenes de deportación y decenas de miles con antecedentes penales.

La presente política federal es cruel y causa sufrimiento indecible, porque separa familias ya establecidas, expulsa a padres que ya se asentaron y deja desamparados a hijos que aquí nacieron y son ciudadanos.

La ola de redadas parece ser una maniobra política para convencer a los anti inmigrantes que el gobierno federal hace cumplir las leyes y para que éstos acepten su plan de trabajadores temporarios.

Las redadas en su versión actual tienen un propósito ulterior: están destinadas a aterrorizar y finalmente, descabezar el movimiento migratorio que desembocó en las marchas del 25 de marzo y primero de mayo pasados. Tener un millón de personas –hombres, mujeres y niños- manifestándose en la calles en demanda de controlar su propio destino parece demasiado peligroso.

Ante la alta probabilidad de que la administración Bush llegue a su fin sin acuerdo, redadas, deportaciones y militarización de la frontera sur podrían convertirse en un hecho establecido y permanente.

Si es así, las razzias están aquí para quedarse.

Su ferocidad ha indignado a muchos. Y la epopeya de Elvira Arellano, una mexicana valiente que halló santuario en una iglesia metodista de Chicago para impedir que la separaran de sus hijos inspiró a religiosos defensores de los inmigrantes. Se reorganizan y tomaron el nombre Movimiento Nuevo Santuario, evocando al que en los 80 protagonizó una alianza de progresistas estadounidenses, religiosos liberales y organizaciones de base de los inmigrantes y que pretendía cambiar la ley y proteger a quienes si eran expulsados confrontarían los horrores de la guerra y la muerte en Centroamérica.

Pero contrariamente a la percepción del movimiento original, el nuevo no se propone abrir las puertas de las iglesias y llenarlas de indocumentados. Limitará esa perspectiva al mínimo. Quiere en cambio influir en el debate en Washington, demostrando las consecuencias de la separación de familias y protegiendo –valientemente- a unas pocas, representativas.

En una reunión con La Opinión sus líderes -la reverenda Alexia Salvatierra de la iglesia luterana evangélica y en Los Ángeles el padre claretiano Richard Estrada, lo enfatizaron repetidamente. No pueden ni quieren abrir las iglesias como santuarios multitudinarios sino crear una corriente de opinión favorable a los inmigrantes.

En cambio, ven la Iglesia de la Placita Olvera como un futuro centro de clasificación para asistencia -legal, alimenticia, médica, espiritual- para indocumentados.

El Movimiento Santuario representó en Los Ángeles una conjunción única de activismo local y centroamericano.

Las circunstancias cambiaron. Esta vez, esa conjunción no existe. En cambio, deriva su esperanza de la posibilidad de un acuerdo migratorio en el Congreso, que sin embargo se ve cada vez más lejano.