Pobre el voto
3/11/2007
El martes se celebraron comicios parciales en toda California. Sin ser trascendentales, tuvieron su importancia. Entre otros, ocho de quince puestos del Concejo municipal de Los Ángeles estaban en juego, con lo que se determinaba los reglamentos y presupuestos de esta ciudad en los próximos años. Sin embargo sólo el 7% de los votantes ejercieron su derecho: 109 mil de 1,42 millones.
Peor, en la Junta Directiva del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles, que incluye 30 ciudades, los votantes determinaban el destino del plan del alcalde angelino Antonio Villaraigosa de ejercer control sobre las escuelas. Con sus 700 mil alumnos, 75% de ellos latinos, lo que en el distrito sucede nos influye a todos. Pero el porcentaje de votación allí fue hasta menor.
¡Pobre voto!
En mi recinto de votación en el Este de Los Ángeles éramos los únicos. Los miembros de la mesa paseaban aburridos. Faltando una hora para el cierre de las urnas, si 50 personas habían votado era mucho.
No muy lejos, en el mismo área, Angelica era la única integrante de su mesa de votación presente. Los demás –cuatro o cinco- no llegaron, sea por indiferencia, porque se arrepintieron de su espíritu voluntario (aunque ganan una pequeña suma), o por emergencias. Un estudiante de secundaria, participante de un programa que los habilita a la tarea, dijo que no había conseguido raite.
De modo que Angélica, sola, tuvo que desplegar las mesas, abrir la lista de votantes y el registro de confirmación de domicilio y firma de presencia. Desplegó la bandera. Colocó cabinas de votación, habilitó la computadora que procesaría la planilla electoral y producíría el recibo, preparó las resmas de stickers con la inscripción “Yo Voté” para que la gente orgullosa las portara en su pecho como escarapela. Colocó carteles con advertencias contra propaganda electoral, otros con los Derechos del Votante y otros con flechas de guía. A las siete de la mañana gritó a la semioscuridad que las urnas estaban abiertas. Todo sola.
Llamó al condado para pedir ayuda, pero ese teléfono estuvo ocupado durante horas.
Llegaron algunos votantes y Angélica corría, hasta que alguno se apiadó de ella y controló su propio nombre en la planilla electoral. Así, le fueron ayudando, asumiendo funciones. Un señor ya mayor se ofreció a cuidar la santidad del proceso mientras ella iba al baño. Después del mediodía arribó una supervisora del condado y le pareció increíble que Angélica estuviese sola. A las cinco de la tarde, se hicieron presentes el estudiante, y otro funcionario que mandó aquella supervisora.
También en ese recinto, menos de cincuenta personas votaron aquel día.
Pronto celebraremos un año de la gran manifestación de inmigrantes por la legalización. Muchas de las organizaciones que luego patrocinaron el movimiento cambiaron su lema, del “Amnistía ahora” a “Hoy marchamos, mañana votamos”. Y hay mucho por hacer. Evidentemente, la energía de los manifestantes no se volcó a las urnas. Si no, pregúntenle a Angélica.
También ella es Gente de Los Ángeles.