No te quitaste los zapatos de taco alto
Nunca te quitaste los zapatos
los zapatos de taco alto.
Me quité los míos y los puse
para sacármelos nuevamente.
No tuve un cuento para ti
cuando me lo pediste.
Mis palabras no tenían fuerza.
Querías un cuento
ver el mar
sentarnos a comer
pero vino un león merodeador
y nos quedamos adentro
devorados y sin aliento.
Fue demasiado temprano
no demasiado tarde como lamentabas.
Terminó muy rápido.
Acariciaba tu cuerpo y
recién aprendía el brillo de tus ojos
las inflexiones de tu voz y de tu susurro.
Me maravillaba
por aquella increíble línea
en donde finaliza tu cadera
concebí el preciso punto de su final.
Cuando recorría los sitios más orgánicos
me prohibiste mirar los dormitorios.
Querías que ignorara tus nombres
tu edad
tus padres
tus fotografías en el librero
la persona
que llevaste al aeropuerto.
No sé si me diste pistas.
Y yo fui obediente.
Dijiste que me estaba enamorando
de una imagen
de lo que yo quería que fueses.
Anunciaste que no nos veríamos
nunca más.
Que no conocería
a otra dama de las sombras como tú.
Y siguió la telepatía funcionando
como nuestras computadoras.
Entiendo que entiendes
que no traigo conmigo un evangelio.
Entiendo que me llamaste
para que te proteja mientras
sientes miedo.
Mis manos y tu microfalda
lo quisieron distinto.
Y sin embargo rescato
la magia incontenible
y brava de nuestro encuentro.
Tus condiciones de oráculo
tu inflexibilidad de adolescente
tu sentido absoluto de la justicia.
No hicimos el amor pero nos amamos.
Te hablé en hebreo
pero no me preguntaste
lo que significaba
y mantuviste el control inexpugnable.
Me detestaste por ser insensible
a tu dolor,
pero cuando ya estaba alejándome
(aún te abrazaba, tu cabeza en mi regazo)
me regalaste una lágrima
frotando la palma de mi mano
contra tus ojos.
Tuviste que repetir “eres bello”
porque a veces no oigo
aunque escuche.
No dijiste lo que sentías,
pero hablaste de las imposibilidades.
Y yo sigo loco.
Haría exactamente lo mismo.
Trataré de soñarte.
Quizás me estés buscando.