Mujeres en Movimiento
6/1/2001
Al llegar a Estados Unidos, muchas personas observan que han llegado a una sociedad competitiva, en donde existe un alto nivel de educación formal, donde los requerimientos laborales incluyen el dominio de ciertos conocimientos que no siempre poseen. Esto es especialmente cierto en el caso de las mujeres. En una considerable parte de los casos, las mujeres se encuentran en desventaja. Acarrean problemas de atraso de sus países, o una situación socioeconómica penosa que influyó en su decisión de emigar a este país. Comparten con sus familias vivencias de violencia, haber sido parte de la guerra en Centroamérica, problemas sociales endémicos como el alcoholismo. Incluso, deben confrontarse a un esquema familiar tradicional e ideas referentes al papel de la mujer que las coloca en una situación de desventaja.
Sin embargo, existen en nuestra zona una cantidad de organizaciones llamadas de base que, conjuntamente con el apoyo de fundaciones de ayuda social, municipios, iglesias y dependencias gubernamentales, se dedican a ayudar a gente de bajos recursos y extracción cultural a mejorar mediante el aprendizaje.
Frecuentemente, el estudio y la toma de conciencia, así como el sentido de solidaridad y la organización que sigue, obran maravillas en estas personas.
Porfiria Guerrero es una de ellas, las beneficiadas por el aprendizaje y el tesón. Esta dama proveniente de México nos cuenta cómo, casi por casualidad, se enteró de la existencia de oportunidades de estudio del inglés. Comenzó a tomar clases en un centro comunitario en la ciudad de Pasadena. Dos años después, ella misma imparte clases a otras alumnas, que como ella, llegaron a este país sin el conocimiento del idioma local.
Guerrero dice “yo comencé a estudiar aquí un día en 1994, cuando mi marido que está deshabilitado se enfermó. Todo recaía sobre mí. Con el tiempo, cuando me dijeron que hay 26 muchachas que quieren estudiar y no tienen quién les ayude, me ofrecí.”
Porfiria Guerrero sigue estudiando inglés independientemente en una escuela del distrito “de lunes a jueves, de cuatro a siete; luego vengo aquí hasta las diez de la noche…”
Cuando llegamos a las oficinas de “La escuelita de la comunidad”, en Pasadena, encontramos a Porfiria enfrascada en una animada conversación en inglés con una jovencita local. Después de unos momentos, la muchacha nos saluda cordialmente y se retira. “Es que tenemos un acuerdo”, me explica Porfiria. “Ella me ayuda a practicar la conversación en inglés y yo le ayudo a mejorar su español”.
“Para enseñar inglés”, dice Porfiria, “no usamos libros de texto. Abordamos los temas que les interesan a los alumnos. Se hace una encuesta a principios del curso, para saber qué les gustaría aprender, y eso depende de los trabajos que hagan. En consecuencia, se les enseña el vocabulario, la gramática, los verbos y cómo trabajar con ellos.”
El grupo al que pertenece Porfiria, que se autodenomina “Mujeres en movimiento”, no se reduce a la enseñanza del inglés. Atento a las necesidades de muchas mujeres que han llegado aquí con su bagaje de problemas, efectúa tareas adicionales de alfabetización.
Una dama, Francisca Escobar , de El Salvador, ya septuagenaria, estaba agobiada por los problemas existenciales, algunas difíciles experiencias en su vida –“mi marido abusaba de mí y de mis hijos durante años”- nos dice con humildad, con dignidad, y por el dolor de no saber leer y escribir. En español, nos dice.
En la “escuelita” de las mujeres, operada por educadores populares de IDEPSCA – el Instituto de Educación Popular del Sur de California – encontró la señora Escobar un lugar para hablar de su vida. Para encontrarse periódicamente con otras mujeres, de distintas edades, que atraviesan por problemas característicos de la vida de inmigrantes, de trabajadores. Y encontró a quienes le enseñaron a leer y a escribir en español. “Ahora me la paso leyendo libros de México”, nos dice, sonriendo, orgullosa, “libros que me dieron en el centro”.
Además de clases de inglés y alfabetización, el grupo de varias decenas de “Mujeres en movimiento” se reúne, por lo general una vez por mes, para hablar de distintos temas pertinentes a la mujer latina de hoy.
¿De cuáles problemas hablan las mujeres?
“Hablamos de nuestros problemas domésticos, abuso, alcoholismo, educación, trabajo y muchas cosas más”, dice Escobar. “Hablamos de lo que hemos vivido…”
Dice Guerrero: “Se habla de por qué la mujer es pobre. Si participa la mujer en la pobreza”.
Por lo general, dice Guerrero, se invita a expertos a participar en las reuniones.
“Por ejemplo, un representante de la organización Neuróticos Anónimos para problemas. Un licenciado que nos asesore en cuestiones legales. Una psicóloga para hablarnos de la casa, los niños, la familia, las relaciones.”
“Una señora que es enfermera nos dio clases de primeros auxilios, trajo equipos para todas, enseñó cómo usar el termómetro. Ahora estamos planificando talleres de salud con la Cruz Roja. Trajimos una asesora que está viviendo con el VIH. Vino a hablar de cómo cuidarnos.”
El centro que opera en Pasadena está supervisado por IDEPSCA, el Instituto de Educación Popular del Sur de California, una asociación sin fines de lucro. Visitamos su edificio en el área Pico-Union de Los Angeles y entrevistamos a su director ejecutivo y fundador, Raúl Añorve, quien explica que la ayuda a mujeres en clases de inglés y alfabetización, así como las reuniones de “Mujeres en movimiento”, son sólo parte de la actividad de la institución. “Tenemos también el programa de jornaleros –los trabajadores temporales que ofrecen emplearse en centros y esquinas- de enseñanza de computación; nos capacitamos en comunicación y cultura”.
Idepsca opera, en conjunto con otra organización comunitaria, CHIRLA, cinco centros de jornaleros, transferidos a ellos por la Ciudad de Los Angeles o por centros religiosos, donde los mismos jóvenes trabajadores se organizan, ayudan a operar el lugar y hacen lo posible para mejorar su vida “y en consecuencia, a mejorar la sociedad”, dice Raúl.
“Cuando la ciudad de Los Angeles controlaba esos sitios había una deshumanización increíble. Los coordinadores municipales cargaban pomos de ‘pepper spray’ para poder defenderse o acosar a los jornaleros. Había abuso de alcohol y de drogas en los centros, no existía un sistema donde los jornaleros se hacían responsables.”
¿Retomando el tema de las mujeres: qué le hace a una mujer pasar por este ciclo de formación y enseñanza?
La meta de estas organizaciones es enseñar a las mujeres a ayudarse a sí mismas. Por eso, dice Añorve, “un nivel al que pueden llegar es superarse como seres humanos. Si logramos eso, ya la vamos ganando. Otro es de tener sus derechos como mujer ante el esposo, la familia, los hijos. Eso puede ser muy difícil. Muchas veces puede causar fricción dentro de la familia. A veces al hombre no le gusta que la mujer no solamente aprenda a leer y a escribir sino que vaya reconociendo sus derechos. Por eso creamos un programa que se llama alfabetización familiar. Traemos a las familias y hablamos sobre qué es el aprendizaje y sobre la importancia que los padres hagan un tiempecito a la noche para leerles a sus hijos, dejar a un lado la televisión y hacer convivencia.”
“El tercer nivel de superación es un nivel de comprensión general, donde la mujer puede llegar a capacitarse ella misma para llevar ese mismo diálogo a otras.”
“Hay unas sesenta personas que están estudiando inglés”, dice Porfiria Guerrero. “A diferencia de otras escuelas, en ésta las clases son bilingues. Muchas personas cursaron sólo primero o segundo de primario y no saben gramática y se les hace muy difícil entender el puro inglés. Hasta hay que explicarles no solo el inglés sino la traducción al español.”
“Además, no rechazamos a los alumnos diciéndoles que no hay cupo, sino que los aceptamos en cualquier momento y luego se registran de nuevo a comienzo del siguiente semestre. Los recibimos aunque sea el último día del semestre”.
“Las mujeres siempre tienen oportunidad de venir aunque tengan niños, porque tenemos una salita con una puerta corrediza; ellas traen a sus hijos y nosotros traemos a alguien que los cuide mientras sus madres estudian”.
“La metodología que usamos nos enseña que el aprendiz tiene conocimiento”, dice Raúl Añorve. “A partir de la reflexión, ese conocimiento nos enseña a nostoros la manera como poder ayudarles”.
Raúl mismo, una persona totalmente concientizada, es un producto del afán de superación y el tesón. “Soy mexicano, crecí en el este de Los Angeles. Mi papá era bracero y finalmente se estableció aquí. En la escuela secundaria, la consejera, Mrs. Greenwich, me preguntó qué quería hacer de mi vida. Le dije que quería ser doctor, y ella contestó que no podría serlo, de modo que me adjudicó estudios de automecánica, carpintería y dibujo industrial. Me castigaban por hablar español. Los sábados venían camiones y nos llevaban a pizcar naranjas en Irvine.”
“Fui a la universidad de Vermont para mi licenciatura en literatura inglesa y española. Mi maestría también es en linguística. El doctorado no lo pude seguir por mi involucramiento en el centro”.
Con la ayuda de IDEPSCA, Chirla, la Clínica para las Américas, iglesias metodistas, Carecen, la ciudad de Los Angeles, fondos como Liberty Hill, el American Friends Service Committee, el fondo Irvine, y otros, pero especialmente gracias a su propio proceso de aprendizaje y organización, muchas mujeres en el Sur de California están mejorando sus vidas.
Porfiria Guerrero nos dice que a la señora Escobar ahora “le gusta escribir poesía”. Nos enseña un poster que produjo la institución, con la foto de la admirable anciana y un pensamiento de ella:
“Leer y escribir”, dice allí, “es un alimento para el alma”.