Me gustan los estudiantes
03/30/2006
Terminó la marcha latina del sábado. ¿Y ahora? La manifestación en Los Ángeles y 30 ciudades más influyó, dijo ayer el senador Ted Kennedy, en la votación por la reforma migratoria en el Senado. Pero el debate sigue. Arrecia, no languidece. Y el resultado de la marcha del sábado aún está en veremos. La gigantesca marcha no será de por sí suficiente para conseguir lo que los manifestantes pedían. Repercutirá en la historia sólo si es el principio de algo general. Todo depende entonces de lo que venga después de ahora: ¿se crearán nuevas organizaciones o partidos de inmigrantes y trabajadores? ¿Se coordinará la labor de los organismos ya existentes? ¿Lograrán los inmigrantes hallar importantes aliados entre la ciudadanía blanca y afroamericana? ¿Se harán ciudadanos para votar?
Pero la consecuencia más inmediata y positiva del desborde multitudinario del medio millón frente al Ayuntamiento son las manifestaciones de los estudiantes secundarios, esta semana.
Que los estudiantes se vuelquen a la calle no es un fenómeno nuevo. En todo el mundo, y desde hace casi tres siglos, son los estudiantes el barómetro de los cambios sociales. Son los pioneros, los que se juegan, los que anteponen las necesidades de su comunidad a sus intereses inmediatos.
Así lo recuerdo de mis propios días de estudiante. No es que era especial, sino normal. Las manifestaciones estudiantiles fueron decisivas en la retirada de la Guerra de Vietnam. En 1968, cambiaron la faz de Francia. Estremecieron México. China en 1989. En toda América Latina fueron los estudiantes universitarios y secundarios los más patriotas, los más abnegados.
No es distinto el caso de Los Ángeles.
Por eso es inaudita la ola de oposición que, desde el día siguiente de la gran marcha, se desató contra las protestas estudiantiles. Muchos en los medios de comunicación nos pusimos, lamentablemente, a crear una corriente de opinión contraria a la juventud. Excusas reales se superpusieron a búsqueda de razones para condenar a los chicos: que están perdiendo preciosos tres días de estudio; que su ausentismo de las aulas causa pérdidas monetarias al distrito escolar; que su vida corre peligro en las carreteras y puentes; que con sus supuestas “acciones ilegales” están minando la simpatía pública por los indocumentados; que es hora de volver al trabajo, que ya tuvieron su oportunidad de manifestarse; que, bueno, son travesuras de niños; que en realidad lo que querían era faltar a clases…
La corriente de opinión así creada justificará la represión de nuestros hijos: como leímos ayer y hoy en estas páginas, ya son obligados a permanecer en sus aulas; encerrados en las escuelas, suspendidos. Algunos fueron arrestados por confrontar a agentes de la ley; otros serán expulsados o multados con 200 dólares y 20 horas de servicio comunitario. Y es sólo el comienzo Esto es inaceptable.
Esta actividad política independiente de los adolescentes latinos será quizás la mejor lección que tomen en su vida. Más importante aún es que está siendo creada por ellos mismos: que sí, se puede, forjar el destino propio. Que sí, se puede, influir en el proceso político, ahora marchando y mañana votando.
Cuando caminan bajo la lluvia, estos adolescentes merecen nuestro respeto y apoyo.