Mark Ridley-Thomas, caramelitos al pueblo
Sus ideas son progresistas, sus propuestas políticas inclusivas de los afroamericanos, hispanos y otros grupos llamados minoritarios en Estados Unidos. Su trayectoria pública lo llevó de activista comunitario y transmisor de ideas en la radio, entre otras cosas, al concejo municipal de la ciudad de Los Angeles, después a la Asamblea estatal, luego al Senado en Sacramento y finalmente, en un voto en noviembre en el que derrotó al concejal y ex jefe de la policía Bernard Parks, al poderoso puesto de Supervisor del Condado de Los Angeles. Uno de cinco personas que pueden permanecer en el poder por décadas y desde allí influir en los destinos de las decenas de ciudades y 10 millones de personas que conforman este enorme condado. Un grupo que creó la posición rotativa inexistente de “alcalde del Condado de Los Angeles” que el Los Angeles Times llamó “pomposo, pretencioso y levemente patético, todo al mismo tiempo”.
Tiene el apoyo de los sindicatos y si se le entiende, dice y hace las cosas correctas.
Y parece que Mark Ridley-Thomas comprende ese poder. Le da gusto. Se siente a sus anchas
Ha cumplido 100 días como supervisor de un área que incluye Carson, Gardena, Compton, Hawthorne, Lennox, Lawndale, Culver City, Lynwood, partes de Los Angeles. Conoce muy bien sus problemas y actúa para mejorar la situación. Desde siempre ha favorecido involucrar las voces de la comunidad, juntarlos, trabajadores, empresarios, activistas, grupos de interés. Formó un Empowerment Congress, un término que traduciría como atribución de poderes, pero también como motivador.
En sus primeros días no registró el gran cambio que prometió al entrar al puesto. Está bien. No hay nada que demostrar por ahora. Nadie lo persigue. Sabemos que es difícil cambiar.
Mark Ridley-Thomas, yo cseriamente celebro su nombre, porque incorporó el suyo el de su esposa, en señal de respeto y rompimiento de convenciones. Igual que el alcalde Villaraigosa.
Mark Ridley-Thomas cumplió cien días de poder.
Y lo festeja.
Hizo producir caramelos con su nombre y su logro: 100 días. Los dulces, cilíndricos, de caras blancas y contornos de rayas rojas, los saca de su bolsillo y los va repartiendo. “Los 100 días de Mark”, dice.
Habla despacio, pausado. Ya tenemos un blog, dice. ¿Escribe en él? A veces, dice. Pero abro el blog y lo que allí encuentro es “coming soon”. ¿Dónde está lo que escribe?
Perdón, Ridley-Thomas, perdón, pero usted me recuerda más a un rey que a un supervisor. A un caudillo, dispensando caramelitos. Sé que no lo es, pero lo recuerda.
Mal gusto, Ridley-Thomas, aunque sea en chiste.
Pero escribo esto porque pasó un milagro con este supervisor tan lleno de sí mismo.
El mismo día en que el pueblo celebraba sus primeros cien días, de pronto se anunció un acuerdo que podrá reabrir el hospital Martin Luther King.
Para lo que lo ignoran, se trata de una cuestión de importancia para una comunidad mayormente pobre y de minorías, en la zona de Compton e Inglewood. El hospital fue el orgullo de los afroamericanos. Se levantó después de las protestas de Watts en el 64. Llegó a tener 900 camas. Absorbió de su entorno el fervor comunitario, la conciencia social, el repudio de la discriminación. Lo bueno. Pero también lo malo: la falta de responsabilidad por parte de algunos en el personal, su indiferencia y crueldad hacia el sufrimiento ajeno. La ineptitud. Hay que decirlo. El diario Los Angeles Times hizo una cruzada para revelar los casos pertinentes. El gobierno federal retiró su apoyo financiero. El condado tuvo que cerrarlo como hospital, manteniendo una clínica sin internación. Por dos años hubo intentos de reapertura y nada.
Y de pronto, de la nada, el condado anuncia el acuerdo, el logro.
¡Se abre el Martin Luther Kiiiiing!
Si, pero dentro de tres años.
Y quizás, si hay suerte, con 120 camas. Con unos 350-500 millones de dólares se arregla.
Y ¿cuánto va a costar operarlo? No, dicen Ridley-Thomas y su equipo, eso no se sabe. Es confidencial. Es secundario. Lo importante es otra cosa. Ah, y ¿cuál va a ser el control de la comunidad? Un equipo de asesores, responden. Y ¿la cultura que llevó al cierre? ¿La muerte de pacientes en la sala de espera, no la sala de emergencia, la sala de espera, porque no les creían ni les importaba que se estaban muriendo, qué hay con eso? Ehhh, se trata de una nueva entidad. Todo cambia, responden. Todo bien, dicen.
Pásenme otro caramelo, por favor. Para festejar la milagrosa sincronización de los eventos.