Los nuevos líderes inmigrantes
Unos hombres se alejan despavoridos de sus propias casas, pequeños apartamentos en la calle Holt de Ontario, a unas 30 millas al este de Los Ángeles. Saltan de los balcones. Huyen de una redada contra indocumentados. A menos de una cuadra, en la esquina de la avenida Allyn, unos jornaleros que ofrecían su trabajo al mejor postor se escapan por el mismo motivo y se refugian en el cercano Mercado Cárdenas, temerosos de que hasta allí los sigan las autoridades.
Son días de pánico. Calles antes bulliciosas y alegres se vacían. Hay madres que no envían a sus hijos a la escuela, señoras que se llaman para preguntarse si no es peligroso salir de compras, gente enferma que cancela citas médicas, comerciantes que se quejan de una caída del 60% en las ventas.
Después del temor, vienen la rabia y la protesta.
Una semana después, 10 mil personas salen a la calle en una marcha de cuatro horas de Ontario a Pomona. También lo hacen para estar juntas, sentirse seguras, vencer el temor, apoyarse mutuamente.
“No eran los marchistas de siempre, sino amas de casa, familias enteras con hijos, gente nueva”, dice Ricardo Anaya, un comerciante y miembro de Estamos Unidos, un grupo de activistas de Ontario que organizó la protesta.
“Aquí empezó todo”, dice Saraí Ferrer, otra coordinadora de Estamos Unidos, y señala la imprenta de Jorge Reyes, un tercer activista del mismo grupo. “¿Quién iba a adivinarlo?”
El pequeño grupo también se forjó en la frustrada lucha por licencias de conducir para indocumentados y convocó a paros económicos que luego tuvieron eco en todo el estado.
Pasó más de un año. Estamos Unidos se cuenta ahora entre el puñado de individuos y organizaciones de la zona de Los Ángeles que viajan a Campo, una localidad una hora al este de San Diego, para desde allí tratar de obstaculizar a los integrantes de Minuteman, que a su vez intentan detener la inmigración indocumentada desde México.
Los eventos históricos generan líderes populares. A veces, contra su propia voluntad. Jesse Díaz enseña sociología en la Universidad de California en Riverside. Lo consideran un experto en pandillas juveniles. Ahora, como parte de Estamos Unidos, sus días se dividen entre una carpa en la frontera mexicoamericana, la cátedra y la calle.
Reyes no llega a su imprenta en la zona industrial de Ontario. Está camino a Campo, en su camioneta vieja y blanca. Transporta un reflector. Lleva a periodistas.
Díaz, Anaya, Ferrer y Reyes tienen críticas hacia los dirigentes tradicionales de la comunidad. Están desconectados, me dicen. Son líderes sólo de nombre. Algunos de ellos recién ahora aparecen, tres meses después de iniciar la campaña contra Minuteman, piensan sólo en su propia imagen. “Otros creen que todavía estamos en la lucha contra la 187”.
Para tener éxito, afirma Reyes, “nos hace falta gente”, y luego agrega “cuando hacemos presencia con número, tiene efecto”, porque “las guerras se ganan con cuerpo y dinero”.
“Pero demasiada gente”, dice Ferrer, “no hace nada. Ahora, Minuteman nos puede unir”.
“Necesitamos nuevos líderes”, dice Anaya, “Gente joven que sepa comunicarse con la juventud, que hable su idioma”.
Ayer estaban otra vez en Campo.
Publicado en La Opinión, 06/28/2005.