Los dos padres: Fred Dos Santos y Fabián Núñez
Todo duró 30 segundos.
Dos meses después, Fred Dos Santos, un ingeniero de software de Concord, habla con la prensa y responde a preguntas de La Opinión. En cada respuesta hay una desesperación oscura, inasible:
“Nada me va a devolver a mi hijo. Unos extraños lo mataron. Hubo una pelea y lo asesinaron”.
Fabián Núñez ve a su propio hijo entrar encadenado, esposado, vestido de reo, a un tribunal. Su esposa María llora y él la abraza. Ambos mueven la cabeza incrédulos mirando al cuarteto de acusados; parecen alumnos de secundaria aterrorizados. Núñez lleva una barba de cinco días y la ropa colgando. Su mirada no se concentra en ninguna parte. Parece de luto. No habla con la prensa, exceptuando una declaración escrita, donde apoya a su hijo.
Núñez, que representaba a Los Ángeles, fue durante cuatro años presidente de la Asamblea y uno de los políticos más influyentes en Sacramento. El domingo pasado dejó la Legislatura y se convirtió en ciudadano común. Pocas horas después arrestaron a su hijo Esteban, de 19 años.
A Esteban le atribuyen, junto con tres más, el asesinato a navajazos de Luis Felipe Watson Dos Santos, el hijo de Fred y estudiante del College Mesa, quien salía con amigos de una fiesta en la calle 55, en el campus de la Universidad Estatal de San Diego.
Es la tercera muerte de un estudiante en ese lugar en menos de dos años.
Durante casi dos meses Fred Dos Santos fue un padre anónimo. No se conocían detalles de la investigación, aunque la policía requisó, entre otras, la casa de Núñez en Sacramento. En ese interín, él pidió repetidamente ayuda en localizar a quienes le mataron al hijo.
“No, no quisiera que le den la pena de muerte. Pero tengo esperanzas que se entregue. Quizás fue un accidente. Son cosas que pasan”…
Habla de su hijo como si estuviese vivo: “Es un muchacho popular. Quiere ser agente de bienes raíces.”
De pronto, dice, vienen a hablar conmigo, porque el hijo de una familia poderosa podría ser el asesino. Antes mi hijo no era nadie.
Ambos padres viven una tragedia sin igual. Pensar que cualquiera de mis cuatro hijos —uno estudia en San Diego— puede pasar por una experiencia similar me contrae el estómago y detiene la respiración.
Esteban Núñez, dijo el alcalde de LA Antonio Villaraigosa, es un buen chico. ¿Es así? El y su grupo son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Eran un crew: aspirantes a una subcultura. Crearon su “pandilla” propia, con tatuajes, borracheras y amagues de violencia pero al parecer sin dedicarse a la vida criminal.
Las fotos que el mismo Esteban colocó en el sitio MySpace y que entretanto fueron borradas, lo muestran bebiendo (ilegalmente) alcohol, amagando acuchillar a un gato, punzar a una rana en el abdomen, y en el casamiento de sus padres, abrazar a una mujer que hace el saludo de los pandilleros.
Esteban es inocente hasta que y si, se demuestre lo contrario.
Igual, como dice Fred Dos Santos, nada devolverá la vida a su hijo. Pero me preocupa que en medio del escándalo vuelvan a establecerse los estereotipos negativos sobre los políticos latinos, que tantas veces cortaron de cercén carreras exitosas. Esteban puede ser un delincuente y su padre culpable de no dedicarse lo suficiente a un hijo enfermo.
Hay quienes usarán esta tragedia para alimentar sus prejuicios antilatinos y antiinmigrantes.
Y sin mencionar a otros, se colgarán de precedentes de políticos latinos corruptos.
En nuestra sociedad, los padres estamos limitados a la hora de guiar a los hijos. Vivimos entre el temor de hacerlos dependientes y el de verlos partir sin suficientes defensas. Competimos contra fuerzas poderosas: el éxito como valor supremo, el consumismo, la violencia glorificada, el enmascaramiento de la realidad económica y el sinsentido como principio de gobierno. Cuando se van de casa nos palpita el corazón. Nada decimos.
Pero tenemos miedo.