Los Angeles, ciudad sin ombligo

1/3/2006

A medianoche del 31 de diciembre de 2005 sintonicé la TV. Quería experimentar, con el resto de los angelinos, el pasaje del año en mi ciudad. Pero en lugar de festejos desde el centro de Los Ángeles, sólo capté una retransmisión de eventos en Nueva York ocurridos tres horas antes.

Más urbes tuvieron sus ceremonias: música, fuegos artificiales, gente que se abraza, parejas besándose. Frente al Támesis, 200 mil londinenses festejaron pese a la huelga de trenes. Otros llenaron los Campos Eliseos en París, la Plaza Roja de Moscú, las Torres Gemelas de Kuala Lumpur, el puerto de Sydney. Esperanzados se hermanaron en el Malecón de Santo Domingo o la Plaza de la Cultura en San José. Aquí, festejaron en la Aguja del Espacio de Seattle y en el Strip de Las Vegas. Hasta la agónica New Orleans renació por un instante en Jackson Square, con procesión de jazz y conciertos en el Barrio Francés.

¿Y en Los Ángeles?

Nada. Downtown parecía un pueblo fantasma creado por Hollywood. En la TV se veía Nueva York. Como si ésta no fuese la mayor metrópolis de Estados Unidos, con casi 17 millones de habitantes incluida la periferia.

Por la lluvia, cancelaron el espectáculo planificado en downtown, calculado para unos 10 mil. En su ausencia, lo más cercano a una fiesta pública fue en Costa Mesa, a 45 millas de Los Ángeles, donde bajaron una gigantesca naranja que emuló la bola de cristal del Times Square.

Los Ángeles, ciudad sin ombligo, carece de centro, de un sitio público de reunión, capaz de albergar a multitudes, donde la gente pueda expresarse, hermanarse o enfrentarse.

Así fue construida.

El único sitio disponible y frecuentemente usado como foco urbano humano es la Pershing Square.

Creada en 1886, la plaza fue durante decenios sede de recepciones militares y foro para oradores públicos, como el Hyde Park de Londres. La remodelaron en 1994: sin árboles ni césped, hoy parece un desierto urbano.

Durante años, y desde el tercer piso del edificio donde estaba La Opinión en la calle Quinta, podíamos observar a quienes protestaban la política educativa, el foro económico mundial o la condena a muerte de Mumia Abu Jamal. En 2000 este fue el sitio oficial de protesta a la convención nacional demócrata.

Pero como centro público de Los Ángeles, Pershing Square es casi anónima, y además, minúscula.

En 2004 cubrí en Roma una manifestación contra la guerra en Irak. Un millón de personas recorrió el centro de esta población de 2.8 millones -menor a ésta, que tiene 3.9 millones. Y en la plaza hoy llamada Rabin de Tel Aviv, los israelíes protestaron en septiembre de 1982 contra las masacres de palestinos y por la paz en El Libano. Recuerdo que no cabía un alfiler más, pero entraron 400 mil personas, casi tantos como los habitantes de la ciudad.

Pero la Pershing, que tiene unos cien metros de lado, dificilmente pueda contener más que pocos miles. No alcanza.

Un lugar público en una urbe como L.A. es indispensable como pulmón al cuerpo. La gente de Los Ángeles podría allí, si así lo quisiera, manifestarse. O festejar, abrazarse, gozar de fuegos artificiales y saludar juntos al nuevo año.