La vida lenta (2)
Yo admito haber vivido
mucho tiempo entre las sombras
sin ser olivo ni serpiente
ni roca ni ataúd
y aún antes de haber sido hombre
esperando ecos de expediciones
la resaca ajena de naufragios.
Admito haber hecho
algún amigo en este viaje
haber tenido la razón sin siquiera quererlo
callarme, hacerme a un lado.
Yo admito haber matado a un hombre que corría
sin orientarse en el comienzo de la historia
cuando el viento del sur levantaba arena
dispersando los olores de la guerra.
El hombre era blanco y extraño porque buscaba.
Lo maté porque matar era permitido
un día cualquiera de Octubre
cuando aún no había elegido sus errores
ni acariciado un sueño ni perdido a una mujer.
Fui rápido y certero:
levanté la voz y le dije:
no puedes. No eres. No sabes. No debes.
Desde entonces yo me admito sombra muerta entre mis semejantes
y contemplo sin saberlo
una luna que fue antigua antes que nosotros.
Desde entonces vivo soñando.
Hasta aquí fluye el dominio de las voces
un clamor profundo que reclama victoria.
Rindo tributo al tiempo
que es incesante y que no cambia
que me protege en la ignominia
único móvil, único Entero.