Juventud, divino tesoro


Saturday, December 6th, 2008

21 de abril de 2005

Recuerden a Nancy Meza, Gabriela Pérez, Julio Daniel. Son alumnos de escuelas secundarias latinas en Los Ángeles que hallaron en el activismo comunitario y la conciencia política motores para emerger de una situación de desamparo y fracaso que caracteriza a la mayoría del estudiantado latino de la ciudad.

política. Alimentados por la inagotable sed de justicia de la juventud, movidos por sus propios intereses educativos, los alumnos universitarios y de escuelas secundarias son siempre protagonistas de primera línea en las demandas sociales.

Es un hecho: más de la mitad de los hispanos que ingresan en la escuela secundaria no la finalizan. Y sólo una pequeña fracción sigue estudiando.

¿Cómo hemos permitido que ello suceda? ¿Y qué pueden hacer los estudiantes para cambiar ese destino, para cambiar el mundo?

Porque allí de donde vinimos, los estudiantes suelen formar parte de una vanguardia ideológica y

¿Qué sucede aquí, dentro de los muros de las escuelas de Los Ángeles? ¿Hay interés por mejorar lo que nos rodea o solamente sed de placer inmediato, propio, individual y solitario?

En su mayoría, nuestra juventud secundaria no participa en la vida social y política del país. Proviene de esos edificios un silencio glacial que confunde y preocupa.

Nuestros jóvenes son en cambio el blanco de un bombardeo cultural donde se premia el acatamiento. Se les enseñan soluciones individuales, egoístas. Se les muestra la solidaridad

GENTE DE LOS ANGELES

GABRIEL LERNER

como estupidez. Los valores se relacionan con una espiritualidad vacía o con la compra y el consumo de lo pasajero. Se enarbola lo violento, lo momentáneo. Se les presenta una escala de prioridades errónea, de la que sólo podrán emerger aprendiendo por sí mismos, rompiendo ese marco asfixiante de conformismo y superficialidad.

Este bombardeo cultural, que proviene del interés de quienes gobiernan de perpetuar el modelo existente, es el motor de explosiones de violencia irracional. Hace menos de un mes Jeff Weise, de 16 años, mató a cinco de sus compañeros de clase en la escuela secundaria Red Lake en Minnesota, además de a dos adultos.

En nuestras propias calles, esta semana, centenares de

estudiantes de la secundaria Jefferson se pelearon: latinos —el 93% del alumnado— contra afroamericanos. Hubo heridos, detenidos, el sinsentido de una confrontación fraticida.

Meza, Pérez y Daniel, alumnos de las escuelas secundarias Roosevelt, Garfield y de Artes Manuales de El Este y sur de Los Ángeles, están entonces del lado de la esperanza.

Las dos primeras son activistas de Estudiantes Unidos, una rama de Inner City Struggle, un grupo dedicado a promover la participación social y unidad de los vecinos en el Este de Los Ángeles y mejorar el nivel de estudios de los jóvenes.

Daniel está con South Central Youth Empowered Through Action, un programa relacionado con el grupo Community Coalition que, precisamente, se propone preparar la próxima generación de líderes.

Las escuelas donde estudian tienen en común una aplastante mayoría de latinos, ser centros educativos de la clase trabajadora y estar escasas de recursos.

“No somos animales en una finca”, dicen. Quieren plasmar su futuro. Pero para más de cinco mil alumnos en cada escuela, hay sólo una docena de consejeros: no pueden dar respuesta a tantas preguntas.

Muchos alumnos y padres, dicen, creen que con sólo pasar el programa de estudios estarán listos para ingresar en universidades. Pero es falso: el plan de estudios no proporciona todos los requisitos exigidos por el sistema de universidades de California. Es necesario agregar al programa, entonces, al menos tres clases para que este requerimiento se cumpla.

“Son sistemas diseñados hace 50 años para una economía que ya no existe”, nos dicen. Antes, quienes finalizaban las escuelas podían aspirar a puestos en la industria manufacturera. Ahora, están destinados a los Wal-Mart y los McDonald’s, a trabajos que pagan lo mínimo. Por eso, la reacción de muchos estudiantes es “para qué ir a la escuela si tengo el mismo trabajo sin graduarme”.

En estas circunstancias, lo que cunde no es el entusiasmo por el futuro, sino la desesperación y el fatalismo. Los estudiantes “no piensan que pueden tener una voz. No creen que puedan hacer algo.”

Pero estos jóvenes, y decenas como ellos, están decididos a ser mejores. Nancy quiere ser abogada y volver para ayudar a la lucha del pueblo. Gabriela quiere cursar estudios chicanos y regresar como organizadora y profesora de historia. Julio quiere afectar la política y estudiar la psicología específica de la gente de color.

Si ellos y los grupos que representan logran sus propósitos, con la participación de los estudiantes y la solidaridad social, será el inicio de un cambio anhelado.