El sueño americano: economía informal en Los Angeles
2/22/2006
Parte del sueño americano es venir y conseguir un trabajo. Con ello, enviar dinero a la casa que dejamos atrás, tener aquí hijos que sean ciudadanos, legalizarse uno mismo si vino indocumentado. En la base está pues el empleo que se supone bueno y estable.
Sin embargo en la mayoría de los casos los inmigrantes en Los Ángeles nos insertamos en la economía informal, aquella que no conoce salarios sino minúsculas ganancias, innumerables sacrificios y la incesante búsqueda de buenas ideas.
Los trabajos informales no tienen ingreso constante ni asegurado. Se basan en actividades no reconocidas ni registradas ni protegidas y que se ocultan porque no pagan impuestos ni se someten a regulaciones. Los empleos reales casi desaparecieron.
En el pasado día de los enamorados, las calles Cesar Chávez, City Terrace, y Primera se llenan de puestitos, muchas veces una simple frazada echada al piso, donde se vende corazones de plástico, ositos de arpillera, globos de metal y ramos de flores.
Están los jardineros improvisados. José Luis golpea una puerta y se ofrece a limpiar el patio. Junta doce dólares para una medicina contra diarrea para su hija de tres años, el MediCal no lo paga y no le queda otra. Como él, miles de cuentapropistas se pregonan como handymen, pintores de brocha gorda, carpinteros, plomeros de un día. Otros arreglan carros en la vereda.
Los viernes al mediodía, cuando la gente saca sus latas de basura para que las recojan, muchos buscan latas, botellas, vidrio y cartón para revender en el reciclado. Pueden ganar de 20 a 50 dólares.
¿Y la comida? Los carritos del supermercado se convirtieron en puestos ambulantes de tamales, jícama con chile, elotes, pupusas. Bolsas de naranjas a la salida del freeway. Octavio trabaja en la bodega de una mueblería. En invierno vende a sus compañeros pozole que prepara su hermana. A dólar.
Sábados y domingos de mañana pululan los yard sale en barrios populares. Se juntan varias mujeres con lo que les sobra de ropa demasiado chica, juguetes demasiado usados, utensilios y máquinas y los venden unos a otros. A cincuenta centavos, dos dólares. Otras hacen recuerdos para quinceañeras, babyshowers y bodas.
Para los más emprendedores hay empresas especializadas. ¿Quién no trató de vender sistemas para purificar agua? ¿O cosméticos de Avon? Algunos incursan en comercialización multinivel, donde quien reclutó a los de abajo gana una pequeña porción de lo que los otros venden. Otros compran joyas de oro en la calle Broadway por once dólares el gramo y las revenden en su vecindario. Flores en el Flower Mart de las calles Wall y Séptima se revenden a la salida de los hospitales. Mujeres limpian casas por hasta ochenta dólares al día, solas o en cooperativa.
Una familia compra barras de chocolate al por mayor en Smart & Final y las venden a un dólar a la salida de los supermercados latinos, “para las escuelas”. Una señora en Hawthorne recibe llamadas para insertar suplementos del Daily Breeze en la imprentas.
Y así durante muchos años, de idea a idea, a veces con desesperación, otras con entereza e inventiva, envejecemos soñando el sueño americano.