El ‘Oscar’ y los inmigrantes

2/25/2007

Quien caiga en paracaídas, sin mapa y desorientado, en cualquiera de muchos barrios y ciudades de lo que colectivamente llamamos “Los Ángeles” no reconocerá dónde se encuentra.

Centros comerciales idénticos, tiendas de las mismas cadenas, carreteras aparentemente infinitas y congestionadas, milla tras milla de comercio y residencias iguales. Una ciudad repite a la otra, con minúsculos cambios.

Por lo general, predomina la simetría: un barrio pobre muestra calles desatendidas, lo cortan supercarreteras y el aire es viciado. Una ciudad privilegiada vive lejos del congestionamiento y a veces, en círculos cerrados herméticamente, llenos de vegetación y bien vigilados.

Pero con el tiempo, el forastero –nosotros, los que aquí inmigramos- si se queda, irá reconociendo las peculiaridades de cada parte de nuestra metrópoli.

Si nuestro mismo viajero llegase a un minúsculo barrio, pegadito al freeway 405 y que formalmente es parte de Van Nuys, creería que está en algún lugar de New England. Casas antiguas y austeras. Enormes patios o front yards. Todo es apacible. Se filman aquí películas con historias ubicadas en el Este del país. En el mismo valle de San Fernando, Chatsworth y Sherman Oaks son el centro mundial del cine pornográfico. Hasta eso tenemos.

Para filmar sus Westerns, los de Hollywood –todavía capital del cine– podían alejarse hasta el mítico Ponderosa cerca del Lake Tahoe, el de Bonanza. Pero también bastaba alejarse por la Ruta 101 veinte millas hacia el norte y un par de ranchos de propiedad de Universal eran suficientes.

Hasta los barrios latinos son rescatados para la posteridad fílmica por su colorido vibrante, sus casitas pintorescas y pequeños comercios bullangueros, en películas dirigidas a nuestra comunidad. “Quinceañera” nos muestra un Echo Park para la identificación y la nostalgia; “Real Women have Curves”, un Este de familias y trabajo forzado. La realidad crea una imagen, Hollywood repite la percepción y nosotros la idealizamos.

En nuestro propio downtown, filmaciones en la calle Sexta siguen siendo frecuentes durante las horas pico pese a promesas de políticos de regularlas. En la espera, miramos cómo construyen las escenas. Filas de trailers, técnicos ajetreados, decenas de dobles, extras y secretarias ambiciosas, un rincón donde los caterers preparan excelente comida para los trabajadores de la filmación y de vez en cuando, una estrella o aspirante a serlo. Dos policías –siempre los mismos, contratados por las filmadoras– con botas de cuero y uniforme impecable, mantienen el orden, y no se sabe si son actores o lo verdadero.

En ese breve espacio entre la verdad comercial y el anhelo imaginario, cayó ayer la entrega de los premios Oscar.

A pocos metros de nuestras casas, actores multimillonarios habrán practicado sonrisas cosméticas y chicas con curvas de plástico nos habrán mantenido pegados a la pantalla, ansiosos por la identidad del sastre que diseñó sus prendas. Y como si fuese otro planeta, ajenos a que cruzando la calle hay un refugio de homeless, actores, fotógrafos y periodistas habrán cumplido el rito, una vez más.

Ellos también, son Gente de Los Ángeles.