El incendio en Simi Valley

10/14/2005

“En mi casa todavía hoy se respira un aire áspero, acre, como si hubieran apagado un montón de cigarrillos con agua”.

A la calle de Simi Valley en donde vive mi interlocutor, las llamas no llegaron.

“Pero a una familia amiga, una milla más al sur, cerca de los montes, la evacuaron y recién ahora le dejan volver”.

Siete días y siete noches dura el incendio de Topanga sin consumirse. Pero no es ni Katrina ni Rita. No ocasionó muertes y “apenas” se llevó unas casas, tres propiedades comerciales, menos de 10 negocios, 34 automóviles privados y una motocicleta. Igual, causó problemas típicos a Los Ángeles:

“A mi esposa, en el noveno mes de embarazo y enfermera, le llevó casi cuatro horas llegar a casa del centro médico Olive View, en lugar de 20 minutos. Fue por las carreteras 5, 405, la 101, y finalmente la 23 norte”.

Con buen tiempo, el viento y la casualidad comenzaron los incendios: el Topanga; el Thurman en el condado de San Bernardino; en Burbank el Harvard, al que también llaman el Castaway, porque fue reportado primero por gente del restaurante de ese nombre.

Quemaron 30 mil acres y causaron10 millones de dólares en daños, además de los gastos de los bomberos, que el gobierno federal pagará en su gran mayoría.

“Ese miércoles, cuando viajaba de Valencia a Oxnard, escuché las noticias de un incendio en el freeway 118 que había empezado en Chatsworth. Justo veinte minutos antes yo había pasado allí, por la 118 y Topanga”, dice otro entrevistado.

Media hora después el fuego se hallaba fuera de control.

Entonces, una nube gris se extendió por el Valle de San Fernando y causó una lluvia de ceniza. En pleno día, oscureció y el sol parecía un disco naranja. La gente que seguía viajando por la carretera 101 pese a las advertencias encendió las luces.

El jueves, el Distrito Escolar Unificado de Las Vírgenes anunció que sus 14 escuelas están cerradas. “Esperan abrirlas de nuevo el día de hoy”, decía el comunicado.

El viernes, la congestión llegaba hasta el Este de Los Ángeles, y al otro lado, a Palmdale y Ventura. Aquel mismo día  Arnold Schwarzenegger sobrevoló la zona y se sacó fotos copilotando un helicóptero. En el terreno, los bomberos cumplían turnos de doce horas.

El sábado, el diario local anunció cancelaciones: “los rivales Oaks Christian de Westlake Village y Oak Park pospusieron su partido por el humo. No se determinó nueva fecha”

Al sur y al norte de la carretera de Simi Valley, se ven ahora casas que antes ni se sabía que estaban ahí, porque las cubría la vegetación que ahora se quemó.

La residencia más barata aquí cuesta 600 mil dólares, dice mi interlocutor. Pero por el humo, no se puede salir a jugar al fútbol, porque el aire es insalubre.

El fuego parece apagado. ¿Hay lecciones que aprender? Contrariamente a la reacción después de Katrina, aquí los bomberos contestaron de inmediato. El mismo miércoles, 700 luchaban contra las llamas, al día siguiente eran 1,500, al siguiente, tres mil. Golpeaban el piso, cortaban maleza, montaban guardia, piloteaban helicópteros y avionetas que arrojaban agua. Utilizaron la autopista 101 como cortafuegos, para evitar que las llamas cruzaran la carretera y atacasen una zona densamente poblada. Salvaron las viviendas.

“Los bomberos fueron realmente héroes.”

Un mes después del huracán, doce años del histórico incendio de Laguna Beach, nosotros, la gente de Los Ángeles, somos vulnerables. Si no es al agua, lo es al fuego. Y la naturaleza nos devuelve a nuestras pequeñas dimensiones humanas.