El abrazo
a Alex, de nuevo joven luego de esa ausencia.
Hace frío otra vez en el Líbano, nieva y la ventisca es insoportable. Cuando llegués a casa no te podrán reconocer; tu hermana tan hermosa te mirará por un largo rato y tu madre se irá a la cocina murmurando algo que no quisiera que escuchés pero tampoco que dejés de oir. No te podrán reconocer porque pasaron como veinte años; veinte años es un pedazo de vida che, especialmente si transcurrieron en los pocos meses de la guerra, veinte años en tu cara ahora surcada por arrugas profundas generadas por la nieve, la cara reseca, tu hermana divina te abraza, tus ojos son luminosos y humanos detrás de la máscara de ferocidad; aquel día en la Montaña había llovido copiosamente y no se lo contarás a ella y después dejó de llover; pasó un tiempo y la nieve pesada se precipitaba y derrumbaba a tu lado haciéndote notar el paso de las horas a medida que se amontonaba en la tierra inhóspita; como siempre estabas de guardia doce horas al día, el dedo gatilla suavemente la ametralladora tan familiar, retumbaban en tus oídos sus ladridos de muerte; llegaron a relevarte, adivinaste pasos que desintegraban la nieve, imaginaste la sombra de un enemigo, pero era Ben que venía a reemplazarte, lo miraste a Ben, tu amigo de toda la vida, uno miró al otro y de pronto sentiste cómo subía con celeridad una bola del vientre a la garganta, cómo Ben te estaba rozando con los dedos la barba mientras decía “pero cómo te ves Alex” y la bola te golpeaba el estómago, no tengás miedo es sólo tristeza, y al mismo tiempo le estabas mirando la cara a Ben que se había quitado los anteojos y parecía un marciano viejo, arrugado, encorvado, apagado, y de pronto supiste, pero a tu hermana no se lo vas a contar nunca, que te estabas mirando como en un espejo, que si Ben era eso tú no eras distinto, también tú rozaste con los dedos congelados y piadosos la barba incipiente de Ben y le acariciaste la mejilla y le dijiste muy serio “sí, cómo nos vemos”, y lo abrazaste fuerte, se abrazaron y lloraron desconsoladamente por una infancia que había muerto…