Crisis de gobierno: puede ser peor, mucho peor
Con mano segura, no temblorosa, con los ojos abiertos, ni siquiera entrecerrados, el Congreso de Estados Unidos guíaba este jueves a la nación estadounidense al borde del abismo.
La negativa de la Cámara de Representantes, con mayoría republicana, de aprobar los gastos del gobierno federal a menos que la Casa Blanca cancele, suspenda o reduzca la Ley de Cuidado Médico de Bajo Costo (Affordable Care Act), llamado Obamacare, llevó a que el gobierno emprenda un proceso de clausura gradual y parcial, que por el momento incluye la suspensión de casi un millón de empleados y el cese de servicios generales. Algo que lanza mensajes de impotencia y caos desde la capital a todo el mundo.
Y algo que en algunos círculos ultraconservadores – los del movimiento radical Tea Party – no es tan mal visto.
Un 72 por ciento del público no está de acuerdo con el cierre del gobierno, y la mayoría de ellos culpa a los republicanos, según una nueva encuesta de CBS. Pero casi 25 por ciento lo ve bien, con beneplácito (y hostilidad hacia Washington).
«Si yo dijera en mi distrito que hay peligro de que se cierre el gobierno federal, la primera respuesta será ¿cuándo empezamos?», dijo a la prensa un congresista de Mississsippi.
En ausencia de negociaciones entre ambas partes, todo lo que queda es para las agencias noticiosas compilar los daños resultantes del cierre de las agencias federales y para los políticos echarse mutuamente la culpa, si es necesario – como vimos en varios programas de las cadenas de cable – a gritos. En cuanto a las que el gobierno acepte modificaciones a Obamacare, para los republicanos es una condición previa a que accedan a permitir reabrir el gobierno. Para la Casa Blanca, en cambio, la condición para este diálogo y negociación es que primero, se apruebe el gasto del gobierno.
Y a quienes dicen «¿pero por qué no hablan entre ellos y solucionan el conflicto de una vez?», pues: hablan. Se reunieron el miércoles Obama, Boehner y el resto de los líderes del Congreso. Sin resultados.
Pero una crisis de mayor envergadura está en ciernes: si el Congreso no aprueba hasta mediados de octubre elevar el límite que impone cada año a la deuda del gobierno, éste no podrá hacer pagos de servicios ya contraidos y suministrados y técnicamente entrará en default, suspensión de pagos. Si así sucediese, dicen portavoces del ejecutivo, la economía sufriría un sacudón que sepultaría los avances de los últimos años en la recuperación de la recesión, que podría volver. En añadidura, el mercado mundial entraría en una etapa de inestabilidad que podría ser nefasta a nivel global.
Estas advertencias se agregan a otras no menos ominosas por parte del sector bancario y financiero. Tradicionalmente una fuente de apoyo para el partido Republicano, éste – mediante la Cámara de Comercio y en la figura de los gerentes (CEO) de las principales corporaciones del país – se opone a que continúe el actual impasse y requiere a voces que se abran las compuertas y se permita pagar la deuda federal.
Este fenómeno, por sí solo, ejemplifica la división dentro del partido Republicano. Dominado por su facción extrema y populista, la del Tea Party, ha tomado control de las acciones de su bancada mayoritaria en la Cámara de Representantes, convirtiendo al presidente de la misma John Boehner en un líder débil y cuestionado. Estos congresistas responden a grupos militantes en sus propios distritos, más vociferantes y más exigentes cada vez y para quienes cualquier compromiso significa la capitulación. Ni siquiera responden a la influencia de Wall Street.
Y Wall Street, según análisis en los principales medios estadounidenses, podría tambalear seriamente. La última vez que ello sucedió fue en 2008, cuando la Cámara de Representantes votó contra el rescate bancario. Ese mismo día, la bolsa de valores de Nueva York cayó en 700 puntos – un seis por ciento. Se venía la depresión. Los congresistas tomaron nota y al día siguiente aprobaron la medida que habían rechazado unas horas antes.
Esta presión combinada, junto con la de la opinión pública, que desconfía del gobierno en general pero que culpa de la situación primeramente a los republicanos, podría ser demasiado hasta para Boehner, que en su intento de agradar y satisfacer al Tea Party permitió llegar a la situación actual.
En efecto, el político de Ohio se encargó de difundir un trascendido según el cual no permitirá que el país entre en default, incluso si debe unir los pocos votos moderados republicanos con los de los 200 congresistas demócratas y así conseguir una decisión mayoritaria.
Para ello, Boehner deberá «violar» – ahora se explica el porqué de las comillas – la regla Hastert, que guía su labor como líder parlamentario de los republicanos, y que establece que para que una propuesta sea sometida a votación, debe contar con el apoyo previo de la mayoría de la bancada republicana. Y está en comillas porque la regla no está escrita en ninguna parte. Es una tradición oral. (Como anécdota, Boehner violó esa regla tres veces ya, lo que casi le ha costado su puesto de liderato: cuando se aprobó la ayuda als víctimas del Huracán Sandy en Nueva Jersey, en la crisis financiera de 2011, y en la ley de Violencia Contra Mujeres. En todas ellas los republicanos se oponían).
El presidente de la Cámara Baja determina la agenda de votación. Por lo mismo, hasta ahora no ha permitido que se vote una resolución de reabrir el gobierno, a pesar de que cuenta supuestamente con una mayoría (totalidad de demócratas más 15 republicanos).
Este trascendido de Boehner – por más extraoficial y a regañadientes que haya sido – constituye el primer rayo de luz en una situación política crítica, a punto de convertirse en una crisis económica.
Entonces, Boehner no acepta violar la regla Hastert para que el gobierno vuelva a funcionar, pero quizás, maybe, perhaps, sí la viole por la deuda. Cosas de Wall Street. Obama, entretanto, lo conmina a liquidar la crisis.
«Lo único que previene que eso [terminar la crisis] pase hoy, en cinco minutos, es que el Speaker John Boehner ni siquiera permite un voto de sí o no, porque no quiere enojar a los extremistas en su partido», dijo Obama.
Publicado en el Huffington Post el 3 de octubre de 2010.