Antonio Villaraigosa versión 2.0

6/30/2007

Basicamente, el segundo año de la gestión de Antonio Villaraigosa al frente de la ciudad de Los Ángeles -que finaliza hoy- fue como el primero: estuvo en todas partes, salió en todas las fotos, acompañó todas las inauguraciones, aperturas, anuncios y discursos. Besó, abrazó y palmeó a miles. Y miles le besaron, abrazaron, le sacaron fotos con sus celulares y le llamaron “Antonio”.

Como el del año anterior, el Villaraigosa del segundo año trabajó 15 horas por día, dispensó generosamente sonrisas y repitió un mensaje de optimismo y esperanza.

Pero además de la actividad pública, de aquello que se trasluce en innumerables conferencias de prensa y comunicados, el de este año debió enfrentarse con vallas, tropiezos y derrotas tácticas que crearon serios interrogantes.

Están en los eventos más importantes del año.

En la golpiza de policías contra manifestantes y periodistas en el parque MacArthur este 1 de mayo.  Villaraigosa estaba en El Salvador y no volvió con la celeridad que merecía la situación, sino cuatro días después. Su propia policía –a cuyo crecimiento se comprometió- atacó a la base política de quien él depende.

Antonio acusó el golpe. Estuvo cansado y pensativo. Dejó que otros investiguen, concluyan, deduzcan y reaccionen.

Pero nos dijo: “Yo soy responsable”.

También sufrió una derrota en tribunales, cuando un juzgado decretó nula una ley por él promovida, que hubiese puesto en sus manos control parcial de las escuelas del distrito, su meta más codiciada.

Pero luego impulsó el cambio desde dentro del Distrito Escolar por voto popular y propició en su Junta Directiva una mayoría que apoya, precisamente, las metas delineadas en aquella ley.

Por primera vez en 12 años y bajo su administración, la Agencia de Transporte Metropolitano se animó a instrumentar un aumento de hasta 140% en los precios del transporte público, aunque Villaraigosa fuese parte de la junta directiva.

Aunque no prosperó, él presentó un plan alternativo con aumentos menos pronunciados.

Incluso el colapso del debate migratorio en el Senado federal, el jueves pasado, porta su sello: sucedió justo el día en que se hallaba en Washington para cabildear por una reforma que ya se moría, convirtiendo su presencia allí en intrascendente.

Finalmente, podría dañar su imagen una cuestión meramente privada: su divorcio después de 20 años de matrimonio, porque él mismo la convirtió en cosa pública, con una conferencia de prensa innecesaria y confusa.

Pero estos tropiezos, precisamente, pusieron de relieve las cualidades más importantes de Antonio Villaraigosa: su decisión de impulsar cambios e imprimir su sello personal;  su compromiso con la acción, su tozudez frente al sinsabor y su enamoramiento por lo que hace.

Por eso, es Villaraigosa, y no el gobernador de Nuevo México y precandidato presidencial demócrata Bill Richardson, la figura latina más importante del país. Por eso se analizan con lupa sus acciones y declaraciones. Por eso lo ha elegido Hillary Clinton como copresidente de su campaña electoral. Por eso fue protagonista de una convención nacional de líderes republicanos y demócratas junto con personalidades como Arnold Schwarzenegger y Michael Bloomberg.

Por eso sigue adelante.

Sin embargo, su tercer año no puede por último ser una repetición de éste, accidentado y fragmentado, sino un año de resultados concretos y realizaciones. Algo que esté al nivel de las promesas y expectativas. Y las necesidades.